El jazz, el bolero, el soul y el r&b son estilos inherentes al cantante, actor y pintor Antonio Mellado Escalona, conocido artísticamente como Zenet. Mañana martes visita el Kafe Antzokia de Bilbao, a las 22.00 horas, para presentar su último disco, La estación del momento (El Volcán), en el que sorprende con letras de poetas de distintas generaciones y un acercamiento natural y nada forzado al tango, el funk y la electrónica. “Tenía ganas de probar con los samplers y la electrónica, usándola como arcilla para modelar”, explica en esta entrevista el artista, que ha suscrito un manifiesto en favor del reconocimiento del Estado Palestino junto a Almódovar, Echanove, Miguel Ríos o Rayden.

Acaba de publicar la canción ‘Pelea’. De nuevo en ella ¿no?

—Ya sabes, son estas cosas de los nuevos tiempos en los que hay que despertar a la bestia del algoritmo. Lo he hecho para refrescar la campaña y la gira, y como tenía un buen combo de composición junto a Igor Marcus y Rubén Tejerina, hemos sacado este tema que habla de pelear por el amor y que tiene algo de pop mexicano y fronterizo. Si quieres algo, hay que currárselo.

Tampoco supone una ruptura respecto a su estilo.

—Cualquier cosa que hago intento que esté siempre dentro de mi forma de expresarme, aunque me gusta experimentar, como en el caso del último disco. Algunos pensaban que dónde me había metido y que me había vuelto loco cuando conté que estaba trabajando con la electrónica. Ahí sigue mi voz y mi manera de expresarme, es solo investigar en una paleta de color diferente.

El tema que da título al disco habla del paso del tiempo, de estaciones y paradas de tren… y de la posibilidad de encontrar el amor.

—Exactamente, es una metáfora, un doble viaje interior y exterior a todos los lugares. Es estar constantemente mezclándote, conociendo a personas y músicos que te influyen e ir llenando una mochila muy transversal en México, en Argentina… En ese viaje caben muchas cosas, incluido el de la vida. Aunque ya hayamos dado la vuelta al jamón, siempre está la posibilidad de que las cosas te hagan cosquillas y de sentirte vivo.

Su música es muy ecléctica. ¿Es esa disparidad, interpretada desde una personalidad propia y radical, lo que confirma el estilo ‘zenetiano’?

—Claro, es lo que une y me hace reconocible. Ahí estoy como personita, en cómo expreso y me expreso. Al fin y al cabo, esa es mi vida, mi garganta. La voz es el instrumento más cercano al propio cuerpo, al soma, a expresar el alma del ser humano aunque haya instrumentistas que se acercan a ella. Cuando se estudia Psicología, la voz es uno de los instrumentos que más contienen el trauma, donde se percibe el problema, donde se colapsa. Yo soy muy fan del intérprete al que se identifica rápidamente, el que tiene esa capacidad expresiva para reconocerlo con un par de frases y hacer trasladar a la infancia, al amor de la adolescencia o a una pérdida. Es gente que te transporta…

Volvemos al tránsito y al viaje.

—El mitólogo Joseph Campbell decía que las palabras canto y camino tienen la misma raíz en griego. Cuando yo canto, te transporto, te llevo a un lugar.

¿Cómo surgió el último disco, compartido con varios poetas y con la introducción de la electrónica?

—Tenía ganas de probar con los samplers y la electrónica, usándola como arcilla para poder modelar. Y se dio la posibilidad gracias a mi pianista, Pepe Rivero, que me puso en contacto con el productor cubano Kumar Sublevao Beat, que ha hecho discos de afrobeat, jazz y hip hop. Conoce la mezcla de lo analógico con cosas pregrabadas, así que me puse manos a la obra y a jugar como niños con sonidos cercanos, a samplear un rayador de queso, el violín de Raúl Márquez haciendo que sonaran cuatro cuerdas solo tocando una… Fue muy divertido y busqué que cada canción produjera una sensación diferente, una atmósfera determinada.

Juanlu Mora, Alexis Díaz Pimienta, Magdalena Lasala, Antonio Romera ‘Chipi’, Tito Muñoz, Jonathan Pocoví… Son algunos de esos poetas.

—Quería que fueran todos contemporáneos, pero fue un berenjenal aunque maravilloso. Son diez poetas vivos y de diferentes generaciones. No es fácil hacer una canción partiendo de un poema y menos cuando, ha pasado, venía en formato de soneto, como en Soldado de amor. Fue más fácil con Alexis Díaz, el rey del repentismo, autor de Dieta de besos y capaz de improvisar en décimas como vuestros bertsolaris. Todos los textos son inéditos, hechos expresamente para el disco. Y costó buscar el estribillo, que yo veo como una especie de haiku, en algún caso.

¿Les dio directrices a los poetas?

—Les pedía cosas, sí. En algún caso, partir de polos opuestos: arriba, abajo, bueno o malo… De ahí surgió el tema Cóctel molotov. En otros, por contraposición, se optó por partir del verso “término medio”.

Estas canciones suenan muy orgánicas y reales, muy cálidas.

—Así es. Sucede en Dieta de besos, con la que busqué un sonido refrescante. Llegó un punto en el que vi que me estaba poniendo muy serio y trascendental, así que surgió esa frescura y sentido del humor.

¿El respeto por la música y la profesión es algo que une a ‘Zenet’ con su gente?

—Sin duda. Mis canciones tienen dos narrativas: lo que canto y el instrumento, siempre coprotagonista y que ayuda a contar. La guitarra es el vehículo, quien lleva mi voz casi siempre. A partir de ahí, siempre hay un instrumento solista paralelo a mi voz.

¿Cómo se traslada el disco y los ‘samplers’ al escenario?

—Fue otro berenjenal (risas). Había que pregrabar bases y sincronizarse en escena. Decidí no usar los auriculares escondidos habituales para poder escuchar la vibración de toda la música en el escenario. Es natural escuchar el sonido real, el del violín o la trompeta, por lo que hemos tratado la electrónica y el disparo de samplers como si fuera un instrumento más.

¿Y cómo suenan clásicos como ‘Soñar contigo’ o ‘Un beso de esos’?

—Conviven con las nuevas, pero se tocan como siempre. Hay bloques en el concierto, uno más electrónico y otro analógico. A Bilbao, donde hace tiempo que no canto, llevo una mezcla, un viaje diverso por mi música y con formación de cuerdas, no habrá metales.

¿Cómo lleva su faceta como actor? Le da mucho juego al cantar, se acerca a los viejos ‘crooners’.

—Ayuda todo lo que llevamos en la mochila. No he olvidado esa faceta, ya que he participado en la serie de El Zorro haciendo del típico doctor que mezcla anestesia con whisky barato (risas). Me divertí mucho haciéndolo, como un niño. El problema es que son papeles que tienen que ajustarse a mi agenda, no ser muy largos. Aunque, he de decir que me lo estoy pensando, descansar un año de cantar y rodar todos los días.

Lo echa de menos, entonces.

—Sí, soy muy cinéfilo, me he hecho actor entre cámaras y con un padrino como Juan Antonio Bardem. Aprendí con la vieja escuela aunque ahora gente joven con mucho poderío.

¿Sigue pintando?

—Claro, tengo dos exposiciones colgadas en Madrid, en el Óscar Pata Negra y Cía y El Vínculo de Lydia Barbas, el gabinete de psicología donde trabajo unos días a la semana. Allí hacemos arte terapia. Lo próximo será colgar en Málaga, en mi tierra.

Sacó el título de psicólogo en drogadicción y trabaja en ello también, ¿no?

—Sí, me titulé en la Universidad de Barcelona e hice después un doble máster en Madrid sobre el arte en las terapias de las adicciones. Era algo muy lógico porque en mi vida son dos cosas que, como un río, desembocaban en el mismo lugar. Ahora trabajo con pacientes en grupo y también en individual.

¿Le ha ayudado mucho su experiencia personal con las drogas?

—Eso es fundamental, en todos los equipos suele haber un terapeuta que ha pasado por el proceso personal, ya que se confía más en ellos. Es una cuestión de piel. Hay psicólogos y médicos, pero nosotros somos como una especie de puente que une la experiencia con esa persona. Nosotros sabemos lo que están pasando.

Parafraseando su canción ‘Soñar contigo’. ¿Con qué sueña usted?

—(Risas). Con muchas cosas, desde irme a algún lugar de Asia que no conozco a imaginar canciones nuevas. Se puede y se debe soñar, ya que los sueños se cumplen. A mí me ha pasado.

No estaría de más que el mundo de la industria musical mejorara algo también.

—Es un tiempo extraño, pero la cuestión está en adaptarse. Hay que cambiar la piel, hacerla más dura, evolucionar como cualquier animal. En mi grupo de amigos músicos y poetas le hemos estado dando vueltas a la inteligencia artificial y a sus efectos artísticos. Es un debate que hay que tener, habrá que adaptarse a algunas de esas herramientas, pero si voy a un concierto de Mayte Martín o Silvia Pérez Cruz, que me hacen llorar en directo… creo que queda mucho tiempo para que la inteligencia artificial logre ese efecto.