Así se llamaba la niña palestina, de apenas 6 años, que llamó y suplicó durante unas angustiosas horas ayuda para ella y su familia, atrapados por los tanques israelíes, cuando huían de las bombas de Gaza. Fueron llamadas de auxilio de la pequeña, herida a su vez, para ser auxiliada por los servicios sanitarios de la Media Luna Roja, que no pudieron llegar a tiempo para socorrerla y que sucumbieron, a su vez, bajo el fuego israelí. Se suponía que ese rescate estaba pactado y coordinado, pero no fue así. Su nombre se ha convertido en un símbolo de libertad y quiero pensar de dignidad, para rebautizar con su nombre a un emblemático edificio de una de las tantas universidades estadounidenses, que en estos días reivindican al pueblo palestino en su ya más que desesperada lucha por sobrevivir como pueblo, ante lo que ya es un más que presunto genocidio. Las reivindicaciones de los estudiantes de estos campus estadounidenses han corrido diferentes suertes, pero en su mayoría con cargas policiales y detenciones en la que se dice la primera democracia del mundo. Quizás haya que entender la particular idiosincrasia de estas universidades, subvencionadas en gran parte con capital de unas elitistas y poderosas clases sociales y la presión con la que influyen en sus presidencias o rectorados, al parecer temerosos de perder esas influencias. Estas reivindicaciones han sido respaldadas a su vez por estudiantes de distintas universidades europeas, en su mayoría con respuestas similares a las del otro lado de charco. Ojalá el nombre de Hind Rajab, una niña que suplicó durante horas un auxilio que no llegó, sirva para despertar y remover conciencias a quien corresponda. No todo es terrorismo. Son más de 14.000 niños y niñas, como Hind, asesinados en Gaza.