La patria es nuestra infancia. Gran parte de la mía está ligada al Athletic, como lo está la de otros miles de niños que en la década de los sesenta zascandileábamos en calles y plazas todavía desnudas de automóviles con un balón de fútbol. En la nebulosa de mi memoria queda un recuerdo imborrable: de la mano de mi padre y con una txapela rojiblanca de plástico en el Ayuntamiento bilbaino, para recibir a nuestros héroes. Eran los míticos “once aldeanos” que ganaron la Copa del Generalísimo en el Bernabéu a un Real Madrid rebosante de estrellas en junio de 1958. El Athletic nos permitía soñar y vencer a futbolistas de otras galaxias que tenían apellidos como Puskas, Di Stéfano o Kubala. Atesoré mi txapela rojiblanca de plástico regalada por chocolates Chobil durante largos años. Mi pertenencia emocional aún la conservo intacta. Me he preguntado muchas veces sobre las razones de este vínculo tan especial que nos une con el equipo. No es fácil apuntar a una sola. El Athletic no es de nadie; es de todos. Desde Lanestosa a Ondarroa pasando por el valle de Arratia y la Zona Minera se sigue al equipo con verdadera pasión en pueblos grandes y pequeños. Es el mayor vertebrador de todo el territorio vizcaino, por encima de clases sociales, ideología política o lugar de nacimiento. Representa también algo más: es una parte de nuestra educación sentimental que ha ido pasando de generación en generación. ¿Qué equipo es capaz de arrastrar a más de 70.000 personas a 800 kilómetros de su ciudad?, se preguntaba hace unos días Alfredo Relaño, un decano de los articulistas deportivos. ¿Qué ciudad se engalana de la cabeza a los pies para demostrar su amor al equipo como lo hace estos días Bilbao?

El Athletic ha sido y es un equipo con identidad propia, basado en una filosofía que lo distingue de los demás. Cuando hoy en día, gran parte del mundo futbolístico se asemeja al capitalismo depredador en el que solo vale la fórmula de rapidez, dinero y poder, el Athletic sigue su camino trazado desde casi su fundación. Todo ello lo convierte en un equipo querido y admirado, no solo por nosotros, sino por decenas de miles de aficionados del resto del Estado y de otros lugares. Me he encontrado con aficionados en diferentes lugares y algunos de ellos tan lejanos como Argentina o Australia. Ni los peores años de plomo consiguieron arrancar el sentimiento rojiblanco de muchas peñas presentes en todo el territorio español y que se transmite también de padres a hijos e hijas. La victoria es también de ellos.

Quizás la Copa sólo sea un trofeo para los románticos del fútbol. Un trofeo hecho a la medida de aquellos tiempos que conocimos de niños, cuando todavía era posible que equipos como el Córdoba, Sabadell o Elche ganasen a los grandes. Fútbol de choque, épica de entrega y coraje, y pasión en la grada. Por eso es el trofeo preferido del Athletic, en el que ha conseguido sus victorias más numerosas. Hace unos meses, Étienne, mi vecino circunstancial de grada en San Mamés, me confesaba que todas las temporadas se acerca desde Brest, en la Bretaña francesa, para seguir algún partido. Étienne lleva siguiendo al equipo más de una década y destaca su admiración por la filosofía del club y por la entrega y orgullo de sus seguidores. Si viene a Bilbao estos días, será un aficionado más. Es verdad que el Athletic ya no gana tantos campeonatos como lo hacía en un tiempo pasado. El estilo del fútbol ha cambiado: ni los ingleses juegan como los ingleses ni los brasileños como lo solían hacer. Pero el cambio fundamental ha sido la economía de los clubes. Las cantidades astronómicas de dinero que se mueven en él hace que solo un pequeño reducto de equipos respaldados por grandes fortunas tengan opción de conseguir los mejores jugadores del mundo y los trofeos más preciados. Alguien dijo que el éxito sin honor es un fracaso. Nosotros no estamos en esa liga. Este Athletic, un menor en sus presupuestos, tiene la facultad de hacernos todavía soñar como cuando éramos niños. “Cuanto más difícil, mayor es la sensación de victoria”, comentó el rey Pelé, cinco veces campeón del mundo con su selección. Lo sabemos bien los aficionados del Athletic. Por eso, como cuenta Relaño, no hay otro club al que acompañen 70.000 seguidores, muchos de ellos sin entrada, pero que recorren la península con la pequeña esperanza de conseguir una y, si no, estar cerca para empujar con su presencia el ánimo de sus jugadores. Por eso esta Copa representa el triunfo de 40 años. Una victoria del Athletic Club y de todos sus seguidores. l