Venía avanzando la campaña vasca por el carril de la sensatez. Debates y pullas entrecruzadas, aunque sin sangre, sobre sanidad, vivienda o seguridad. Hasta que Pello Otxandiano pisó el charco más infecto y saltaron las alarmas. Lo hizo con naturalidad, posiblemente diciendo lo que piensa, sin disimulo alguno. Para él, candidato a lehendakari y que ha despertado evidentes expectativas, ETA no fue una banda asesina y extorsionadora. Más bien, un fenómeno político. El zambombazo generó tal onda expansiva que hasta Pedro Sánchez empezó a sacudirse de sus efectos. Fue en ese momento, y no en el pacto de la mayoría absoluta, cuando el líder del PSOE se dio cuenta de que EH Bildu, su socio, carece de la suficiente madurez democrática.

ETA se le sigue atragantando a la izquierda abertzale. Supone una plúmbea mochila difícil de disimular sin desmayo. Desgraciadamente, siempre acaba sobrevolando sobre unas elecciones. Antes lo hacía por su macabra voluntad del colocar antes de las urnas un muerto sobre la mesa -Isaías Carrasco, por ejemplo- o un enrevesado comunicado buscando protagonismo. Ahora complica la suerte electoral a muchos de quienes la jalearon. La insensibilidad de Otxandiano hacia el terrorismo etarra ha condicionado, sin duda, la recta final del 21-A, a pesar de percatarse rápidamente de su tremendo error estratégico. Posiblemente el alcance de esta polémica que descarna un debate sin cerrar no alterará las conciencias en su coalición. En cambio, semejante ceguera ética ha contribuido a disipar muchas dudas en el censo electoral. En una batalla tan igualada, los resbalones tienden a evitarse por su efecto.

La salpicadura de este charco dejará manchas. De un lado, libera definitivamente al combativo Eneko Andueza de abjurar sobre su incansable rechazo al pacto con EH Bildu y así acaba por silenciar el eco de unas primeras voces incitadoras. Ahora mismo, en plena jornada de reflexión, nadie imagina otro Gobierno vasco que no pase por Imanol Pradales, fortalecido durante esta quincena de contienda, al frente de una coalición PNV-PSE. De otro, alienta sobremanera la batería argumental del PP y Vox para que redoblen con más fuerza sus acostumbrados tambores críticos por la alianza de Sánchez con los independentistas vascos. Y, desde luego, arroja al presidente español a una incómoda posición cuando persiga cualquier tipo de acuerdo estratégico con esta formación a corto y medio plazo. Otxandiano estará muy presente.

En Madrid, tampoco esperan sorpresas en las elecciones de mañana. Dejan todas las emociones para las catalanas de mayo, que se prevén más determinantes, incluso, que las europeas. Las incesantes amenazas de Puigdemont si no se le facilita su retorno a la Generalitat resuenen como estragos. La ostentación pública que este futuro candidato hace, y con razón, sobre su influencia en la suerte política de todo un Estado al que desprecia desborda la expectación, pero también la preocupación.