LA semana ha venido cargada. Tanto, que casi ha pasado desapercibido ese estado de ansiedad que les sobreviene a los políticos en plena campaña electoral. Mientras nos atiborrábamos de Copa y de gabarra, inundado el país de rojiblanco, en silencio, discreto como acostumbraba, falleció el lehendakari José Antonio Ardanza. Ya se sabe, cuando fallece una personalidad, todo son elogios y ditirambos, pero en este caso había de qué. Conocí y traté al personaje, y sobre cualesquiera otras cualidades reconozco su coraje al aceptar el timón de una nave en plena tempestad, su entereza al hacerse cargo de un marrón descomunal, con abnegación y sin torcer el gesto.

Uno de los elogios coincidentes, quizá el más demostrable, es el reconocimiento de que la Euskadi de hoy no hubiera sido posible sin el impulso del lehendakari Ardanza y sus equipos. Aquel primer Gobierno de coalición no se dedicó a predicar, sino a dar trigo. Y ello en unas circunstancias hostiles, devastadoras casi, en las que sobraban los discursos y era absolutamente necesario remangarse para salvar el presente y, sobre todo, asentar el futuro.

En tiempo de encuestas, quizá sería conveniente sondear una vez más el grado de satisfacción con su vida que manifiesta la sociedad vasca, teniendo en cuenta que en anteriores ocasiones –junio de 2023– era de un 7,5 sobre 10. Muy poco que ver con la profusión de movilizaciones, huelgas y pronunciamientos catastrofistas de los que se hacen eco los medios y las calles. El nivel de vida que se constata en Euskadi, los resultados macroeconómicos, los datos positivos relativos al empleo, son el resultado de aquel impulso que tras su fallecimiento se atribuye a las bases iniciadas por el Gobierno de coalición presidido por el lehendakari Ardanza. No lo sé. Como tampoco se puede entender tan elevado grado de satisfacción en la sociedad vasca cuando son evidentes las deficiencias reconocidas en temas tan trascendentales como sanidad o vivienda.

En cualquier caso, durante estos días vamos a seguir oyéndoles predicar. A los políticos, claro, en sus discursos de campaña. Nos van a pregonar lo mal que lo hacen y lo bien que lo harían. Van a debatir sobre quién es el dialéctico más brillante, o el más ingenioso, o el más insolente, o el más cínico. Van a prometernos que los errores serán corregidos y que será real el propósito de enmienda. Van a intentar convencernos de que esta forma de vida de la que la gran mayoría se muestra satisfecha es un espejismo, que hay que cambiar de modelo y que otros van a salvarnos del desastre...

Llevan ya tiempo predicando, sermoneando a la búsqueda del voto perdido unos, del voto codiciado otros. Pero dar trigo, lo que se dice trigo, o sea, realidades de una mejora de la vida de la gente, puede deducirse de hasta qué punto de bienestar hemos llegado, o lo lejos que estamos de ello, a consecuencia de las bases asentadas por los 14 años de los gobiernos presididos por José Antonio Ardanza. Mucho, poco, suficiente o exiguo, pero trigo.