ANTAÑO se decía que eran robos al descuido y le dejaban a uno con la boca abierta, bien por el disgusto o bien por la habilidad exhibida para robar por el carterista sin que uno notase su presencia. Pocos carteristas han salido en la revista Time. Bob Arno es uno de ellos. Lo describen como el carterista más famoso del mundo y elogian sus habilidades sobrenaturales para hacerse con collares, carteras y móviles sin el uso de la violencia. Ha salido en el Wall Street Journal, CNN y New York Times. Rodó su propio documental para National Geographic. Alejado de su profesión, ahora es consultor para varias policías. También maneja un exitoso blog en el que estudia la escena criminal en varias ciudades del globo.

En Netflix nos hemos encontrado con otro tipo de ladrones de guante blanco, Lupin. Uno ve la serie y le parece, incluso, un buen tipo. ¿Lo es? ¿Lo era Bob? Por supuesto que no. Han venido a mi memoria los dos personajes, el real y el ficticio, ahora que se anuncia que la mayoría de este tipo de delitos leves en Bilbao se denuncian ante policías municipales y a pie de calle por si fuese factible dar con el botín (a la víctima, generalmente, el ladrón le importa bien poco: quiere recuperar lo sustraído...) en un santiamén. “Si ha sido hace menos de un minuto, tiene que estar por aquí”, dicen no pocas personas denunciantes, víctimas de un hurto invisible. Como si la policía tuviese superpoderes, vamos. No los tiene, claro que no. Pero sí conocen a los sospechosos habituales y si detectan a alguno en el entorno, ya saben, blanco y en botella... En verdad, lo que desea la persona robada es no meterse en la vorágine de la denuncia en comisaría, el trasiego de papeleos y, en no pocas ocasiones, la sensación de que es un tiempo perdido. Si este poli que pasa por aquí da con la tecla, perfecto. Si no lo logra, un disgusto más.