EL término subasta tiene raíces lejanas. Procede de la expresión latina sub hasta, bajo lanza, debido a que el reparto de tierras conquistadas entre los soldados participantes se señalaba hincando una lanza en la parcela ocupada en suerte. Asimismo la venta del botín de la guerra se anunciaba con una lanza y la puja se realizaba ante la misma.

La expresión ha pasado por varias vidas, algunas de ellas horrorosas. Durante el imperio babilónico era ilegal obtener una esposa fuera del proceso de subasta y en el propio imperio romano eran célebres las subastas de esclavos, terrible costumbre que llegó hasta el siglo XIX en diversas partes del mundo.

A finales del siglo XVIII, poco después de la Revolución Francesa, las subastas llegaron a celebrarse en las tabernas para vender artículos de arte. Dichas subastas se celebraban a diario y los catálogos eran impresos para anunciar elementos disponibles. Los propios catálogos terminaron por convertirse en obras de arte que contenían infinidad de detalles sobre los artículos en subasta. Las dos casas de subasta más importantes, Sotheby’s y Christie’s, llevaron a cabo su primera subasta oficial en 1744 y 1766 respectivamente.

Viene al caso esta reflexión ahora que se anuncia la puja por un edificio en pleno centro de Bilbao, recalificado ya con uso residencial y de seis plantas. La Diputación va a sacarlo a subasta pública, al encontrarse actualmente en desuso. Les hablo de la antigua Casa del Deporte, ubicada en la calle José María Eskuza, con un presupuesto base de casi tres millones de euros. Para quienes somos profanos en la materia la puja que se avecina se antoja potente porque el edificio tiene pinta de salir al mercado con una oferta atractiva. Es de suponer que aparecerán un puñado de postores y uno se imagina ya la celebre frase del ¿Quién da más...?