LOS mítines de EH Bildu de cara al 21 de abril no tuvieron nada que ver con la reciedumbre que recordamos los veteranos del blablablá de hace quince, veinte y no digamos cuarenta años en los actos de cualquiera de las marcas de la entonces izquierda abertzale, hoy soberanista. No ya solo en lo estético, que quién nos iba a decir que las camisas de cuadros, el pantalón de mahón, las pisamierdas o, en la siguiente evolución, las prendas de montaña de cierta marca darían lugar a americanas y ropa casual con toque pijotero entre Zara y Massimo Dutti. Más incluso en lo ético, o lo pseudoético, con la ausencia total de cartelones con las caras de los presos (ya en la Korrika, tal, como escribió Xabi Larrañaga) y, en cuanto a los discursos, de alusiones a su situación. La consigna para no ahuyentar cierto voto de aluvión era ni mencionar a los héroes de la causa, ya tuvieran uno, tres o quince asesinatos a sus espaldas.

Pero, pasados el día y la romería y cosechados 27 escaños de vellón gracias, en buena parte, a ese pasar de puntillas y a ese silbar a la vía, es altamente ilustrativo que el mando único de la formación, se haya despojado de la careta para volver a proclamar que “hay que dar una solución a los presos”. Tradúzcase “solución” por mandarlos a sus casas y entonar el pelillos a la mar. Por todo argumento, la media verdad (ahora que se habla de bulos) de que en todos los conflictos se ha obrado así. Punto uno, es más que discutible que eso haya sido así. Punto dos, llamar conflicto a la eliminación unilateral de “enemigos de la patria” como Miguel Ángel Blanco, Fernando Buesa, Isaías Carrasco, Juan Mari Jáuregui o Josemari Korta es un exceso intolerable que nos haría rasgarnos las vestiduras si el presunto verdugo se llamase, pongamos, Rodolfo Martín Villa. Y punto tres, todavía hay más de trescientos asesinatos de la banda no esclarecidos. ¿Una salida a su ejecutores? Venga ya.