AÚN no nos habíamos recuperado de que La Otxoa se retirara de los escenarios y Garbiñe Muguruza de las pistas de tenis y va Muniain y anuncia que también se marcha y el presidente del Gobierno español, que se lo está pensando. Un poco de por favor, que todavía no hemos asimilado que el Athletic se queda sin capitán y Bilbao sin un animador de masas. El miércoles fue uno de esos días en los que uno se va a casa temiendo encontrarse un post-it de despedida en la nevera: Fue bonito mientras duró. O la gatera vacía y la ventana abierta. O la persiana de su bar de toda la vida o de la tiendita de alimentación que le salvaba la vida bajada por jubilación. O una nueva cara en la consulta por el traslado de su médica de cabecera. O un peluquero distinto. O un sustituto del sustituto en la clase de su hijo. A ver, que todo el mundo tiene derecho a ausentarse temporal o definitivamente. Que se vaya el que quiera, pero no lo hagan todos a la vez, que algunos somos de costumbres y nos entra un qué sé yo. Una especie de desasosiego como si fuera a ocurrir algo tan surrealista como que un sindicato presente una denuncia contra la esposa de un presidente y admita la posibilidad de que esta se base en noticias falsas. Parece un capítulo de La que se avecina, pero miren por dónde ya ha pasado. Solo falta que se caigan las aspas del Moulin Rouge. ¿Que se han desplomado? Pies, ¿para qué os quiero?

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