MINAS de Riotinto ofrece en su paisaje telúrico, rojizo y misterioso las huellas de la explotación minera de su subsuelo durante 5.000 años. Sus yacimientos, entre ellos el espectacular de Corta Atalaya, están ya abandonados y se usan para disfrute turístico, como el tren minero que recorre la ruta que seguía el mineral o la Casa 21.

Una máquina de tren y el vagón de pasajeros, en el museo local. | FOTOS: ANDRÉS PORTERO

La explotación de las minas de hierro, plata y cobre de la localidad onubense, que llegó a su esplendor con los romanos y más recientemente con los británicos, en el siglo XIX, marcan las raíces de un pueblo que vive de su pasado, de las visitas de su paisaje protegido, que abarca los tramos alto y medio del río, y es único en el mundo, tanto por su belleza cromática como por sus excepcionales condiciones ambientales e históricas.

Alrededor del curso alto se sitúa el mayor yacimiento minero a cielo abierto de Europa, que deja el paisaje impresionante y rojizo de la mina Corta Atalaya, fruto de su alto contenido en sales ferruginosas y sulfato férrico.

Este paisaje, ahora abandonado, puede admirarse desde el tren turístico que bordea el singular río Rinto, cuyos microorganismos están siendo estudiados por la NASA. En su trayecto se aprecia la transformación del paisaje para la explotación minera, antiguas aldeas mineras abandonadas y el patrimonio ferroviario de Río Tinto Company Limited.

Debe visitarse también el museo local, primero de la Península dedicado a la historia de la minería y la metalurgia. Cuenta con una superficie expositiva de 1800 m. dividida en ocho espacios, en los que se incluye la Reproducción de la Mina Romana. Se exhibe también el lujoso Vagón del Maharajá y, antes del agur hay que visitar la Casa 21, modelo de Bellavista, el barrio que crearon y donde vivían los responsables británicos de las minas.