EN el griego antiguo la palabra que se usa para designar al huésped, al invitado, y la palabra que se usa para designar al extranjero, son el mismo término: xénos. Es algo que hoy en día, por desgracia, no se practica con la misma pasión. Hartos de que según qué personas se pasen por el arco del triunfo la hospitalidad y traigan consigo un infierno en la maleta, hay una parte de la ciudadanía que cae en el contagio y se convierten en su triste réplica, afeándoles su presencia.

La ley nos recuerda que las sanciones contra un mena que ha vulnerado las normas del centro de acogida no pueden privarle de unas condiciones de vida digna, como alojamiento y comida.

También le recuerda al mena que no puede andar por la vida cometiendo delitos a troche y moche, agarrándose al escudo de un cobijo asegurado.

No es esta una columna sobre la que azotar a los díscolos o a los intransigentes. Esa es la cruz de la moneda. Más recomendable es su cara. Un canto de alabanzas para quienes acogen a los que llegan del otro mundo (el inframundo en no pocos de los casos...) y para quienes agradecen la acogida y hacen lo posible por abrirse paso en la vida. Un elogio para hombres y mujeres de bien que apuestan por la convivencia. Escucha uno ahora a ciertos vecinos de Sopuerta y su voz suena con el eco del miedo. No es de extrañar si se miran algunos ejemplos nada fructíferos. Hablan de un alto número de menores con problemas de adaptación, consumo de tóxicos, absentismo escolar y de uso de la violencia que han mostrado, como bárbaros atilas, que su paso es peliagudo.

Hay casos que ponen los pelos de punta en Orduña, Zabaloetxe, Karrantza, Artzentales, El Vivero, Amorebieta... Cómo no van a tener recelos. Pero también hay casos de gente que se ha adaptado a la sociedad que les abrió los brazos y agradecerán, durante toda su vida, esta acogida.

¿Acaso no el algo bello? ¡Qué difícil está el juicio! l