ESTA columna ha sido testigo de unas cuantas collejas dialécticas del arribafirmante a Eneko Andueza. Hoy, sin embargo, manifiesto la grata sorpresa que me produjeron varios de los mensajes del secretario general de los socialistas vascos en la entrevista que le hicieron el miércoles en la radio pública. Sobre las inminentes conversaciones con el PNV para reeditar un acuerdo de coalición, dijo que, por su parte, serían “unas negociaciones sin líneas rojas” a las que él acudiría “con la mente abierta” y “sin ambiciones personales”. No me duelen prendas en decir que son las declaraciones de un líder político. Quizá las primeras que le leo o escucho desde que sucedió a Idoia Mendia en el despacho principal de la bilbaína calle Alameda de Rekalde.

Empezando por lo de la ausencia de líneas rojas, apunto que esa debería ser la actitud en cualquier negociación, pero mucho más, cuando quienes se sientan a la mesa se conocen y se reconocen tanto como los dos partidos que durante treinta de los últimos cuarenta años han compartido el gobierno de las principales instituciones vascas. A estas alturas, después de mil encuentros y doscientos desencuentros, ninguno le va a sorprender al otro. Mucho menos, en las cuestiones nucleares que dan sentido a cada formación. Ni el PNV va renunciar a reclamar el reconocimiento de la nación vasca ni el PSE se va a bajar de un autonomismo español que, a diferencia de sus hermanos del PSC, ni siquiera llega a la visión federal o confederal del Estado. Vamos, que lo identitario no va ser ningún escollo, máxime, cuando hay una hoja de ruta firmada el pasado noviembre por Andoni Ortuzar y Pedro Sánchez que deja negro sobre blanco cómo ha de abordarse la cuestión. Así que el verdadero meollo del proceso que empieza el lunes estará en el reparto de las áreas de poder. O de gestión, si prefieren una expresión más suave. Será un gran tencontén… que debe terminar en acuerdo.